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La república estéril

La república estéril

Leo y leo mucho. Y como leo tanto, siempre término preguntándome si soy preso de lo q leo o si la lectura me hace más libre, y por tanto, más sabio. A veces, cuanto más leo, menos se. Es tanta la información que son muchas las veces que ni retengo ni discierno de lo que es realidad o ficción. En estos días, en los que la monarquía se encuentra en entredicho, sólo tengo una cosa clara: sigo siendo monárquico. El que se haya sentido juancarlista, fruto de sus complejos y sus vergüenzas, puede que ahora mismo se sienta huérfano o rebotado. Pero como yo me apellido Silva, y le debo lealtad al rey de España desde hace 465 años (que se dice pronto), seguiré siendo ciudadano y súbdito leal al rey, se llame Juan Carlos o Felipe.

España es un país enfermo. Esquizofrénico. Al borde de la locura, fruto de una bipolaridad que dura desde el año 36 en la que las dos españas se debatieron en una guerra. Aquí siempre andamos a tortas, sea ya porque la izquierda se muestra partidaria de la eutanasia o porque la derecha interpone un recurso contra el matrimonio gay. Luchas vacías de contenido para una sociedad receptiva como la nuestra, que acepta, aunque no lo parezca, la individualidad de cada uno. Pero hay un debate que vale más que los demás y que es capaz de unir lo imposible, como son la extrema derecha y la extrema izquierda: el fin de la monarquía. Dicen que los polos se atraen. Prueba de ello es que ambas facciones de la sociedad, tan dispares, coincidan en un punto tan sensible, como la forma de estado para España. Nunca había visto algo tan contranatura desde que di por mi embobado por mi amigo antonio, todo un macho de corte socialista, cuando, como ya dije, la derecha española, la derecha de verdad, soy yo.

Leo a Carmen Enríquez en La Razón que «La corona no se maneja con la espalda o con la cadera». El argumento sería sólido si los que piden la cabeza del rey fuera porque esta más o menos impedido físicamente. No podemos meter la cabeza bajo la tierra como la avestruz y dejarnos llevar por motivos tan vacuos como ese, cuando todos sabemos, y más los monárquicos si cabe, que el problema de nuestra familia real es la falta de transparencia, aparte de mantener en nómina a un matrimonio infectado por la sospecha de la corrupción. No. Para torear al toro hay que lanzarse al ruedo, y eso, lo hace el príncipe de Asturias, que ve cada día su futuro más hipotecado a causa de una mala gestión de comunicación debido a un plan nefasto.

No obstante, el hecho de que haya un duque consorte supuestamente corrupto, no es suficiente argumento tampoco para tumbar a una institución milenaria, sólo interrumpida por dos repúblicas cortas y traumáticas de corte izquierdista, o una dictadura de corte socialista y trasnochado. Si el rey abdicara no pasaría nada. No habría trauma. La vida es contante cambio y lo que damos por sentado hoy, igual tenemos que darlo por perdido mañana. Don Juan Carlos ha sido y será útil a España, independientemente del cargo que ocupe. Hemos tenido durante más de 30 años al mejor relaciones públicas de nuestro país encarnado en su persona, pero como dije en la anterior columna dedicada a la imputada, su tiempo parece haber pasado ya. Su hijo y heredero, don Felipe, encarna a la perfección el futuro de la institución y con ella la de una nación, la española, que es lo equivalente al mundo lo que Madonna es al pop, o sea, todo. Nuestra civilización no es entendible sin la existencia de España y de su aportación, por mucho que zapatero y sus discípulos intentarán hacernos creer que somos una nación discutida y discutible. Y la historia dice que la mejor forma de estado para nuestro complejo país es la monarquía constitucional se miré desde cualquier margen del río.

Como digo más arriba, España está tan loca, fruto de su bipolaridad, que si fuéramos una república la convertiríamos en una falla constante, con sus mascletás correspondientes. Un debate más en la calle para enfretarnos en una lucha que no lleva a nada. Si España fuera una república, ahora mismo tendríamos un presidente de corte conservador, consecuencia de una gestión socialista tan nefasta como sin precedentes. Supongamos que en vez de los Borbon, la Zarzuela estuviera ahora mismo ocupada por los Aznar. Con todo lo negativo o positivo que eso conllevara, en una nación tan proclive a ladrar separatismos, tendríamos un motivo más para enfrentarnos, ya sea por la repulsa que provoca José María en la izquierda o porque tuviéramos que aguantar a Ana Botella por partida doble, porque como ella es moderna, sería primera dama y alcaldesa de Madrid a la vez, para dar muestras que una puede ser de la derechona y mujer trabajadora sin que se te caiga el pelo. Bueno, en el caso de Ana, lo del pelo no es un buen ejemplo.

La monarquía nos une, porque es una institución representativa y no gubernativa. Es apolítica, porque está por encima de gaviotas, rosas o puños. Por eso es tan importante que sus miembros estén fuera de toda sospecha. Don Felipe lo tiene claro, tal y como demostró hace unos días ante un acto con el cuerpo judicial, y por eso le auguro un prometedor futuro como rey de España. La suerte esta echada y nuestra casa real se mueve ahora en un tablón de ajedrez. No seré yo el que intente hacer jaque al rey, para ello ya están los Peres Navarros de turno, pero si hago un llamamiento a que tanto el monarca como su familia den un paso al frente, contundente, para despejar todo tipo de dudas que sobre ellos ahora recaen. La monarquía, si quiere ser de todos, tiene que ser ejemplar.

Un supuesto yerno chorizo no es nadie para quitarle el puesto, como tampoco lo es la hija perdida ahora mismo en el limbo legal. Tampoco lo es un supuesto aborto de una princesa de Asturias que no ha dado más quebraderos de cabeza que algún que otro vestido feo. Felipe y Letizia no son perfectos, pero son solventes y preparados. Lo que haya hecho o dejado de hacer la princesa antes de serlo puede importar a las cotillas de rellano pero no a los que queremos lo mejor para nuestro país y mucho menos puede poner en entredicho el futuro de la institución, y menos el de su marido, que será rey de todos y para todos. Quizá por ello, me sienta indignado con el periódico La Gaceta, que pide explicaciones a la nuera real. Y es que hay cosas por las que no podemos pasar y es dejar que panfletos nos intoxiquen. En eso estoy con mi amigo Antonio, ese semental socialista que tanto me gusta: la extrema derecha, disfrazada en este caso de derecha a secas, no es democrática. Y sólo me queda recordar que robar si es un delito, abortar, por suerte o por desgracia, ya no. Pero ese es otro debate. Uno de tantos que gusta a España.

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