El día que los pistoleros de ETA Jon Igor Solana Matarranz y Harriet Iragi Gurrutxaga descerrajaron varios tiros a bocajarro al coronel médico Antonio Muñoz Cariñanos quedaron sin respuestas muchas preguntas para Francisco Javier Moreno Estévez, un joven de 17 años natural de Triana (Sevilla).


“Currito, ¿cómo se llama tu padrino?”, le preguntó el conductor del autobús que todos los días lo llevaba del colegio a su barrio. “Muñoz Cariñanos”, respondió Francisco. A lo que el chófer replicó: “Acaban de atentar contra él”.

Francisco todavía se emociona cuando rememora el 16 de octubre del 2000. Y han pasado casi 18 años. “Llegué a la parada y estaba esperándome mi cuñado con la moto, me dijo que subiera”, recuerda, con lágrimas en los ojos y el discurso entrecortado. “Móntate, que tenemos que ir a la calle Jesús del Gran Poder, ha habido un atentado”, le dijo. No preguntó nada más.

Nunca el tiempo se hizo tan lento en los apenas diez minutos que separan Triana del barrio de San Lorenzo. Francisco llegó aterrado, tímido, desnortado, cuando la sangre aún estaba fresca en las paredes de la clínica en la que pasaba consulta el doctor Muñoz Cariñanos, su padrino, el coronel médico del Ejército del Aire y afamado otorrinolaringólogo de artistas como Camarón de la Isla, Rocío Jurado, Mónica Naranjo, Raphael, Rocío Jurado, Juan Peña ‘El Lebrijano’, Isabel Pantoja o Chiquetete.

Mientras que los asesinos huían por las intrincadas callejuelas del centro de Sevilla, el joven Francisco se abrazaba a Carmen, la segunda mujer de su padrino. En mitad de todo ese caos de policías y familiares estaba su madre, también Carmen, que trabajaba en la clínica. Todos lloraban. “Era una atmósfera muy triste”, recuerda.

El cuerpo ya sin vida del galeno yacía en la consulta para la que pidieron cita los etarras, dos asesinos de 23 y 24 años pertenecientes al Comando Andalucía. “No quise ver a don Antonio, sabía que la imagen me podía doler —revela el muchacho, hoy de 35 años—; y menos mal que no lo vi, porque después de saber lo que me ocultaban…”.
“Él todavía no lo sabe”

El día en que la familia dio sepultura a los restos del coronel, Pablo, el hijo mayor del médico y continuador del oficio de su padre, agarró a Francisco en mitad del cementerio y le dijo: “Currito, tenemos que hablar”. La conversación se quedó en el aire cuando Silvia, la hermana del zagal de Triana, les interrumpió: “Él todavía no lo sabe”.

Los veranos en la casa del padrino, la piscina en la que aprendió a nadar, se materializaron de golpe en su mente. Los fines de semana, las compras de libros y ropa en cada inicio escolar con su bienhechor. También los juegos con el hijo pequeño del doctor, fruto de su segundo matrimonio. De su amigo envidiaba la confianza con la que trataba al militar —no en vano, era su padre—. “Yo lo veía como un Dios”, resuelve Francisco. “Soy de un barrio humilde, trabajador, de la barriada del Carmen de Triana. Cuando estaba con él, todo el mundo me trataba diferente. ‘Don Antonio, don Antonio…’ —recrea—; le tenía tanto respeto que me quedaba sin palabras, apenas hablaba”.

Hoy la maleza abunda en El Estribo, la casa familiar en mitad de una finca de 2.200 metros cuadrados en la que Francisco pasó parte de su infancia. La piscina está agrietada y vacía y los azulejos con nombres de los tres hijos del coronel, Pablo, Macarena y Antonio, que la decoraban están desprendidos. La casa de Muñoz Cariñanos, situada en el sevillano municipio de Gines, ya no pertenece a la familia. Está ajada y en venta.



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