Michel Houellebecq, uno de los escritores franceses más celebres ha descrito en una carta titulada “Un poco peor”, cómo cree que será el mundo después del COVID-19.
El texto publicado este lunes empieza con un toque de humor frío que le viene de fábrica, hablando de su correspondencia. “Hay que admitirlo: la mayoría de los correos electrónicos intercambiados en las últimas semanas tenían como objetivo principal comprobar que el interlocutor no estaba muerto o a punto de estarlo”.
Houellebecq achaca luego al nuevo coronavirus de constituir, al mismo tiempo, una amenaza “angustiante y aburrida”. Es “un virus banal, de la familia poco prestigiosa de los virus gripales, con condiciones de supervivencia poco conocidas, con características difusas, a veces benignas, a veces mortales, ni siquiera transmisibles sexualmente: en resumen, un virus sin cualidades”.
Flaubert contra Nietzsche
Lo que sí le interesa al escritor francés en vida más leído en el exterior, es lo que el virus dice de la capacidad para pensar y escribir el mundo, así como de lo que revela de la transformación de la sociedad occidental a través de la innovación tecnológica.
Desde el punto de vista de la labor intelectual, Houellebecq retoma el tema de la producción literaria y filosófica a la que obliga la cuarentena.
“Este confinamiento me parece la oportunidad ideal para resolver la vieja disputa entre Flaubert y Nietzsche. En algún lugar (he olvidado dónde) Flaubert dice que uno sólo piensa y escribe bien cuando está sentado. Protestas y burlas de Nietzsche (también he olvidado dónde), que llega incluso a llamarlo nihilista (lo que sucede en un momento en el que ya había empezado a utilizar la palabra de forma equivocada e indiscriminada): él mismo concibió todas sus obras caminando, todo lo que no se concibe caminando es nulo, además siempre ha sido un bailarín dionisíaco, etc.”, escribe.
“Nadie puede sospechar que tenga una exagerada simpatía por Nietzsche, debo sin embargo admitir que, en este caso, es más bien él quien tiene razón. Tratar de escribir si no se tiene la posibilidad, durante el día, de caminar durante varias horas a un ritmo sostenido, es fuertemente desalentador: la tensión nerviosa acumulada no logra disolverse, los pensamientos y las imágenes siguen girando dolorosamente en la pobre cabeza del autor, que rápidamente se vuelve irritable, incluso loco”, apunta.
En cuanto a los efectos del confinamiento en el “común de los mortales”, Houellebecq explica que ya había abordado el tema en su novela La posibilidad de una isla, con el espectáculo insípido de una humanidad que se extingue, ”con individuos que viven aislados en sus celdas, sin contacto físico con sus pares, sólo unos pocos intercambios por computadora, y que van disminuyendo”.
Houellebecq no cree que nada vaya a cambiar, sino que las tendencias de fondo de la sociedad tecnificada se agudizarán. “En primer lugar, no creo ni por medio segundo en afirmaciones como ‘nada volverá a ser lo mismo’. Al contrario, todo seguirá siendo exactamente igual. De hecho, el curso de esta epidemia es notablemente normal. Occidente no es para la eternidad, por derecho divino, la zona más rica y desarrollada del mundo; se acabó, todo eso, desde hace tiempo, no es una primicia”, enfatiza.
Las muertes disimuladas
“El coronavirus, al contrario, debería arrojar como resultado principal la aceleración de ciertas mutaciones en curso. Desde hace algunos años, todas las evoluciones tecnológicas, ya sean menores (vídeo on demand, pago sin contacto) o mayores (teletrabajo, compras por Internet, redes sociales) han tenido como principal consecuencia (¿objetivo principal?) la reducción de los contactos materiales, y sobre todo humanos. La epidemia de coronavirus ofrece una magnífica razón para esta fuerte tendencia: una cierta obsolescencia que parece golpear las relaciones humanas”, escribe.
Otro rasgo agravado por la pandemia, según Houellebecq: “la muerte nunca ha sido tan discreta como en estas últimas semanas”. “Las personas mueren solas en su hospital o en las habitaciones del geriátrico, son inmediatamente enterradas (¿o cremadas? La cremación coincide más con el espíritu de los tiempos), sin invitar a nadie, en secreto. Muertos sin el más mínimo testimonio, las víctimas se reducen a un número más en las estadísticas de muertes diarias, y la angustia que se propaga en la población a medida que aumenta el total tiene algo extrañamente abstracto”.
La decisión de qué vidas merecen intentar salvarse en cuidados intensivos en función de la edad avanzada de los pacientes también resulta revelador de la época, deplora el autor de Las partículas elementales.
“Todas estas tendencias, como dije, existían antes del coronavirus; ahora sólo se han hecho evidentes con nuevas pruebas. No despertaremos, después del confinamiento, en un nuevo mundo; será lo mismo, sólo que un poco peor”, remata su mensaje.
Periodista y Graduado en Derecho. Experto en televisión, música y cine. Ha escrito en los principales medios de España y publica en Internet desde 2007.