Ana Curra, icono indiscutible de la escena punk española y exmiembro de grupos legendarios como Alaska y los Pegamoides o Parálisis Permanente, se reivindica como una “reina del punk” sin complejos. En una entrevista reciente, la artista, que acaba de jubilarse como profesora de piano en un conservatorio, reflexiona sobre su trayectoria, el reestreno remasterizado de su álbum de 1987 A volver a las andadas y la mitificada Movida Madrileña, todo con una frescura que desarma y una visceralidad que no ha perdido ni un ápice.
Curra no rehúye la etiqueta que le cuelga desde hace décadas: “Es una forma de estar en la vida, buscando el cambio y la acción. Yo soy muy versátil y bastante ecléctica a nivel musical. Pero siempre permanecen en mí la vitalidad y la visceralidad del punk, como herramienta de rebelión contra las cosas que no me gustan”. Y añade, con esa mezcla de nostalgia y orgullo: “Ahí me identifico con la etiqueta”. Lejos de ser un lastre, el punk dialoga perfectamente con su otra faceta, la de pianista clásica: “Me imagino a Mozart o Bach rompiendo estructuras en su época. Todos los que hoy nos parecen clásicos fueron rompedores”.
El relanzamiento de A volver a las andadas, su primer disco en solitario tras la disolución de Seres Vacíos, llega como un bálsamo después de lo que ella llama “un descanso de la guerrera”. Grabado en un momento personal turbulento –marcado por la muerte de su pareja, Eduardo Benavente, en un accidente de tráfico–, el álbum representa una transición vital: “Era muy jovencilla y me costó mucho entender esa pérdida. En muchas canciones se ve que yo estaba en transición”. Hoy, con la perspectiva del tiempo, no cambiaría nada: “Estoy muy conforme. Representa con bastante veracidad todo, incluso la producción, que me parecía muy limpia y yo quería más sucia, más oscura. Pero me alegro, porque no es el típico sonido cansino de los 80”.
La conversación vira inevitablemente hacia la Movida, ese estallido cultural postfranquista que Curra vivió en primera línea. Rechaza la visión reduccionista que la limita a Madrid y a un puñado de amigos: “Estaba ocurriendo en todo el país. Olvido [Alaska] es una de las personas que se cree que la Movida ocurrió alrededor de sus cuatro amigos. Y no”. Para ella, fue un “continuo trueque” de ideas, emociones y sexualidades, que se pudrió con la entrada en la OTAN, el auge del PSOE y la inflación de cachés: “Todo se empezaba a podrir, la marca empezaba a pudrirse. Pero hasta esa decadencia fue maravilloso, muy eléctrico, muy de calle”.
Curra no compra las comparaciones nostálgicas que pintan el presente como una era sin libertad: “Es bastante obsceno decir que ahora no tenemos libertad. La palabra está prostituida absolutamente”. Apunta a las redes sociales como culpables de amplificar “una sarta de imbéciles”, y lo plasma en su nuevo single, Activista de la Idiotez: “Mientras ocurren cosas terribles como el genocidio en Gaza, todo gira sobre las gilipolleces que dicen Netanyahu, Trump y su panda”.
No faltan anécdotas jugosas sobre los Pegamoides, con sus personalidades “tan diferentes y tan parecidas”. Recuerda el descaro frente a la España profunda: “Nos llamaban putas y zorras, pero nuestra insolencia era mayor”. Y la rivalidad con Mecano: “Les dábamos sopas con ondas en directo. Nos parecían un grupo de puro marketing y nosotros íbamos muy de auténticos”. Con Alaska y Nacho Canut mantiene una conexión intacta, aunque sus caminos diverjan: “Ellos han hecho de su carrera una profesión para ganar dinero. Yo he podido permitirme el lujo de permanecer en el underground, sin concesiones, gracias a mi trabajo como profesora”.
La entrevista toca fibras sensibles, como los malos tratos de su primera pareja a los 15 años o el aborto en Londres tras una violación: “Es terriblemente duro. Cuidadito con retroceder en ese derecho”. Critica con sorna a figuras como Isabel Díaz Ayuso: “No comprendo su chulería ignorante. Es otra activista de la idiotez”.
A sus espaldas, una vida de espíritu libre que, admite, le ha costado visibilidad: “No llego a más gente, pero me compensa con creces”. Y ante preguntas impertinentes, como si le pesa ser una “vieja rockera”, responde con picardía: “Ya quisieran muchas estar como yo. No me siento vieja, ni usada, ni gastada”.
Con proyectos en marcha y una energía que desafía el paso del tiempo, Ana Curra sigue siendo esa reina punk que no se calla. Su mensaje: rebelión, coherencia y un poco de inercia para no entrar en bucles. En un mundo de idioteces virales, su voz resuena más fresca que nunca.
